

Poco antes de las 11 de la mañana del 21 de enero de 1954, las aves de la costa de Mar del Plata comenzaron a revolotear. Estaban nerviosas. Si las hormigas “enloquecen”, predicen lluvia. ¿Qué anuncian las aves marinas cuando se muestran muy intranquilas y, además, escapan de un lugar en bandada? Las posibilidades son múltiples, harán notar los ornitólogos. Pero lo que la multitud de bañistas y personas que aquel día tomaban sol o paseaban por la costanera jamás imaginaron es que estaban pronosticando un tsunami.
Aquella mañana hacía calor, por lo que las playas, sobre todo las conocidas como “del centro”, Popular y Bristol, estaban repletas de bañistas. En tanto, familias enteras ocupaban las arenas secas, tomando sol, mate, jugando. Las sombrillas y carpas se encontraban a tope. Muchos, en tanto, paseaban por la zona de la rambla.
Los espigones desaparecieron bajo el agua pese a encontrarse la marea en media bajante. Los mayores intentaban lo imposible por sujetar a los pequeños, al tiempo que ellos mismos no lograban hacer pie de ningún modo. Una embarcación que navegaba a cien metros de la costa casi se hunde por un remolino que se produjo bajo su quilla. Casi una docena de personas debió ser atendida por principio de asfixia por inmersión, mientras que más de un centenar sufrió heridas; hubo hospitalizados. Madres que no encontraban a sus hijos se desmayaban. Quienes paseaban o jugaban en la playa seca fueron literalmente barridos por el enorme e imprevisto oleaje, que descargó toda su furia en aproximadamente diez segundos.
El agua, luego de unos pocos minutos, “como vino se fue”, dirían los habitantes ribereños de toda la vida acostumbrados a las crecidas. E increiblemente, “la mar”volvió a estar “serena”. Desde entonces hasta hoy.
El evento es muy poco conocido (seguramente porque, a Dios gracias, por milagro no hubo víctimas fatales). Fue tan sorprendente y pasó tan rápido que no quedaron registros fotográficos (demás está decir que en esa época no existían aparatos tecnológicos que permitieran registrar sucesos inesperados). Pero en la Ciudad Feliz sí quedó la memoria, que se transmitió en forma oral a lo largo de, por lo menos, tres generaciones.
Y hoy, merced a la ciencia, nos queda la enseñanza de que un tsunami, para ser tal, puede estar originado por bruscos cambios meteorológicos. No sólo llevan ese nombre los fenómenos que nacen por terremotos submarinos y que se devoran ciudades enteras en países del sudeste asiático.


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