A 25 años de la muerte de René Favaloro
Hace un cuarto de siglo, la Argentina perdía no solo a uno de sus más grandes médicos, sino también a un símbolo de la ética, la honestidad y el compromiso social. René Favaloro se quitó la vida el 29 de julio de 2000. Hoy, sus cartas aún interpelan a una sociedad que, entonces como ahora, muchas veces castiga a quienes luchan por cambiarla.
Un disparo al corazón. Preciso, final, devastador. Aquel sábado de invierno, René Favaloro, de 77 años, decidió dejar este mundo. Lo hizo solo, en su departamento de la calle Dardo Rocha, después de bañarse, afeitarse, vestirse con su pijama, y dejar sobre la mesa del comedor siete cartas manuscritas. No improvisó su muerte. La pensó como todo lo que había hecho en su vida: con método, con claridad, con profundidad. Y también con dolor.
La noticia sacudió a la Argentina entera. ¿Cómo podía haber tomado esa decisión quien salvó miles de vidas? ¿Cómo había llegado hasta ese punto el creador del bypass aortocoronario, uno de los avances quirúrgicos más relevantes del siglo XX? ¿Por qué el país no pudo o no quiso sostener al hombre que había regresado de Cleveland para fundar una institución médica modelo?
Favaloro había vuelto al país en los años 70, luego de rechazar propuestas laborales multimillonarias en Estados Unidos. Su sueño era crear en Buenos Aires un centro médico de excelencia que uniera asistencia, docencia e investigación. Ese sueño tomó forma con la Fundación Favaloro, que en los años 90 se convirtió en un ejemplo en América Latina: moderna, eficiente, solidaria.
Pero hacia el año 2000, la Fundación estaba asfixiada por las deudas. El Estado, obras sociales y prepagas le debían más de 18 millones de pesos. El monto total de las deudas llegaba a 40 millones. La Fundación nunca negó atención médica por razones económicas, y esa vocación de servicio fue, paradójicamente, una de las razones de su crisis.
“No puedo cambiar los principios éticos que recibí de mis padres y mis maestros. Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata”, escribió Favaloro en una de sus cartas. La indiferencia del Estado, las promesas rotas, las gestiones sin respuesta y el desprecio burocrático lo sumieron en una profunda decepción.
El 29 de julio, Favaloro trabajó como siempre: recorrió la Fundación, evaluó estudios clínicos, escribió observaciones. A la tarde, volvió a su casa, almorzó con su pareja, y se quedó. Cuando ella se fue, él se preparó. Escribió una nota dirigida “a las autoridades competentes”, y luego se encerró en el baño.
En las cartas que dejó, hubo de todo: una despedida amorosa a su pareja, mensajes a familiares y amigos, reflexiones a sus colegas, y duras acusaciones a los funcionarios que ignoraron sus pedidos desesperados. En una de las más crudas, afirmó:
“Debimos luchar continuamente con la corrupción imperante en la medicina. Parte de la tremenda corrupción que ha contaminado a nuestro país en todos los niveles. Ser honesto, en esta sociedad, tiene su precio”.
La carta que dirigió a las autoridades fue un documento político, ético y social. Un grito sereno, pero implacable. Contó cómo había enviado cartas pidiendo ayuda, cómo nunca respondieron. Cómo lo dejaron solo. Cómo no podía seguir viendo cómo se derrumbaba lo que tanto había construido.
A su compañera de vida, Diana Truden, le escribió palabras de amor eterno. “Te he amado con locura. Estaré pensando en ti, solamente en ti, hasta el último segundo”, le dijo, en una de las cartas más conmovedoras que se conocen. Le pidió que no sufriera. Le habló del futuro. De su talento para escribir. De su fuerza.
René Favaloro fue mucho más que un médico brillante. Fue un hombre que creyó, hasta su último día, en la posibilidad de un país más justo. Su frase más recordada lo resume:
“La medicina sin compromiso social no es medicina, es una simple técnica”.
Formó generaciones de profesionales, escribió artículos científicos, dio conferencias, denunció la corrupción del sistema de salud y nunca dejó de atender a los más pobres. Desde sus años como médico rural en Jacinto Arauz hasta la cima de la cirugía cardiovascular, su ética fue siempre su brújula.
Pero en un país donde la honestidad se castiga y los justos molestan, su figura comenzó a incomodar. “Molesto”, decía él mismo. Porque no callaba, porque no se acomodaba, porque no transaba.
René Favaloro murió con el corazón roto, pero no vencido. Nos dejó sus palabras como advertencia, como memoria viva. Y nos obligó, quizás más que nunca, a mirar hacia adentro.
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