Por: SS29 de junio de 2025

El legendario Imperio persa, la primera superpotencia de la historia que sólo pudo derrotar Alejandro Magno

A mediados del siglo VI a.C., la tribu persa, liderada por Ciro el Grande, pasó de ser un pueblo desconocido en las montañas a forjar el imperio más grande de la historia antigua. En una generación, Ciro conquistó reinos, saqueó ciudades y extendió el dominio persa desde los Balcanes hasta el Valle del Indo, controlando más del 44% de la población mundial. La dinastía aqueménida se consolidó como la más poderosa, con recursos aparentemente ilimitados y un aura de invencibilidad.

Ciro el Grande: Un Conquistador Tolerante

La historia del Imperio Persa comienza en el 559 a.C. con Ciro el Grande, una figura notable del mundo antiguo. Tras vencer al rey de los medos, expandió su dominio por la meseta iraní y Mesopotamia. Su gran victoria fue la conquista de Babilonia en el 539 a.C., un evento documentado por el Cilindro de Ciro. Este cilindro, encontrado en 1879, es uno de los primeros ejemplos de propaganda política, presentando a Ciro no como un conquistador violento, sino como un libertador que restauró las tradiciones religiosas y permitió el regreso de los deportados.

El Cilindro de Ciro, escrito por orden del propio rey para ser enterrado en los cimientos de Babilonia, relata que el dios Marduk eligió a Ciro para restaurar las costumbres alteradas por el rey Nabonido. En primera persona, Ciro proclama su reinado pacífico y su compromiso con el bienestar de Babilonia y sus lugares sagrados. Esta narrativa, probablemente leída en público, transformó la conquista en una liberación, lo que contribuyó a la imagen de Ciro como un gobernante benévolo y noble, incluso para sus enemigos. Historiadores griegos como Jenofonte y textos del Antiguo Testamento elogiaron a Ciro, consolidando su reputación como un conquistador tolerante y magnánimo. En la era moderna, el cilindro incluso ha sido interpretado como la primera declaración de derechos humanos, aunque expertos advierten que la tolerancia religiosa en el siglo VI a.C. era una práctica común entre conquistadores politeístas.

Poco se sabe de los últimos años de Ciro, quien falleció en una campaña en la frontera oriental de su imperio. Su tumba, aparentemente modesta, se encuentra en Pasargada, su capital, con una inscripción que reza: "Yo, el rey Ciro, un aqueménida".

 Darío el Grande: El Organizador del Imperio
 
Si bien Ciro forjó el imperio, fue Darío I quien lo consolidó. Tras arrebatar el poder al hijo de Ciro en un golpe de estado y sofocar revueltas, Darío se estableció como un líder formidable. Su genio no se limitó a lo militar; Darío organizó el imperio creando un sistema postal, estandarizando pesos, medidas y acuñando moneda. Dividió el vasto territorio en satrapías y estableció un sistema impositivo. Implementó grandes proyectos de ingeniería y construcción, como un canal en Egipto y una extensa red de carreteras que conectaban los centros imperiales, lo que le valió el título de Darío el Grande.

La joya de la corona de su imperio fue la legendaria ciudad de Persépolis. Sus ruinas monumentales, con terrazas, columnas y relieves exquisitos, atestiguan el esplendor del Imperio Aqueménida. Los relieves de las escaleras de la Apadana muestran delegaciones de 23 pueblos súbditos ofreciendo tributos, reflejando la vasta extensión y riqueza del imperio. La arquitectura persa era una fusión ecléctica de estilos de diferentes regiones, creando una estética distintiva.

Sorprendentemente, las Tablillas de la Fortaleza y del Tesoro de Persépolis revelaron que la ciudad no fue construida por esclavos, sino por trabajadores remunerados de todo el imperio. Estos documentos administrativos detallan salarios y la gestión de recursos, mostrando una economía organizada. Materiales y artesanos de diversas partes del imperio contribuían a la construcción, demostrando cómo las riquezas de los "cuatro puntos cardinales" fluían hacia el corazón del imperio. Persépolis floreció durante casi dos siglos, conocida por su riqueza y su lujo.

La Caída del Imperio Persa a Manos de Alejandro Magno

El intento de Darío de subyugar a Grecia fracasó en la batalla de Maratón (490 a.C.). Su hijo Jerjes continuó la lucha, pero las derrotas ante los griegos en Salamina y Platea lo hicieron desistir de conquistar Grecia. Durante el siglo y medio siguiente, el Imperio Persa sufrió rebeliones internas, pero mantuvo su primacía.

Sin embargo, la llegada de Alejandro Magno de Macedonia cambiaría el curso de la historia. Con la ambición de conquistar Persia y sus riquezas, Alejandro invadió el imperio en el 330 a.C. Saqueó Persépolis, llevándose inmensas riquezas, y luego la incendió en un acto de vandalismo. Las razones son inciertas: algunos historiadores sugieren que fue una venganza por la quema de Atenas por Jerjes, otros que buscaba simbolizar el fin del Imperio Aqueménida o borrar la identidad persa.

La destrucción de Persépolis y el fin de la dinastía aqueménida resultaron en la pérdida de gran parte de la historia persa. Durante siglos, las ruinas de Persépolis fueron atribuidas a reyes míticos. No fue hasta el siglo XX, con las excavaciones del erudito alemán Ernst Herzfeld en 1924, que la historia del Imperio Aqueménida comenzó a ser desenterrada y contada desde la perspectiva de los propios persas, revelando un legado que sigue enriqueciéndose con los hallazgos arqueológicos.